El futuro de las ciudades pasa por viajar hacia la sostenibilidad y la eficiencia, y esto solo se conseguirá mediante el uso de la tecnología. Es decir, nuestras urbes han de evolucionar hasta convertirse en la medida de lo posible en ciudades inteligentes, especialmente si tenemos en cuenta que las estimaciones de la ONU asumen que en 2030 el 70% de la población mundial vivirá en grandes núcleos urbanos.

Eso sí, estas ciudades inteligentes –que el Incibe (Instituto Nacional de Ciberseguridad) define como “la visión holística de una ciudad que aplica las TIC para la mejora de la calidad de vida y la accesibilidad de sus habitantes y asegura un desarrollo sostenible económico, social y ambiental en mejora permanente”– deberán tener muy presente el riesgo de sufrir ciberataques, habida cuenta de que se sustentarán sobre redes y tecnologías móviles susceptibles de ser amenazadas por delincuentes.

Problemas a pesar de los beneficios

Así pues, cabe señalar que a pesar de la ingente cantidad de beneficios que una ciudad inteligente aportará a las personas que la habiten, los ciberpeligros se multiplicarán, especialmente porque según el Centro de Ciberseguridad Industrial (CCI), su debilidad ”se ve incrementada ante la falta de madurez en ciberseguridad de la mayoría de los fabricantes que suministran estas tecnologías: habitualmente priman la funcionalidad sobre la seguridad, de modo tal que ponen en el mercado soluciones con muchas vulnerabilidades sin dotarlas de las medidas de protección adecuadas”.

No obstante, este panorama está cambiando, ya que la concienciación está aumentando. Internet de las Cosas está cada vez más desarrollado y tanto fabricantes como usuarios comienzan a considerar que la seguridad es primordial no solo para evitar cualquier tipo de ataque, sino para lograr que IoT y otras tecnologías relacionadas con el Big Data o la Inteligencia Artificial mantengan un correcto desarrollo e implantación.

¿Qué riesgos hay en las Ciudades Inteligentes?

El propio CCI señala como riesgos “el creciente deterioro de la intimidad” o la “creciente erosión de la confianza digital”, y va aún más allá señalando los porqués de que haya un mayor número de ciberamenazas. Algunos de ellos son una ciberseguridad pobre o inexistente, proveedores de tecnología que dificultan o imposibilitan la investigación en ciberseguridad, existencia de sistemas heredados inseguros, susceptibilidad a ataques de denegación de servicio o falta de planes de emergencia contra ciberataques, entre otros.
Los sistemas de seguridad insuficientes en unas ciudades donde cada vez hay más dispositivos conectados y en las que cada uno de nosotros se convertirá en una fuente de información andante serán el motivo del crecimiento de los ataques por parte de los ciberdelincuentes.

Colapso total

En cuanto a la tipología de ciberamenazas, serán muchas y muy variadas –tanto como la imaginación o la capacidad de los atacantes–, pero se pueden detallar algunas que supondrían un importante peligro. Es el caso del posible hackeo de los sensores que regulen el tráfico (manipular los semáforos podría causar múltiples accidentes), de cámaras de seguridad (con el menoscabo de la privacidad individual) e incluso de los coches, que cada vez tienen mayor número de elementos conectados.
Y podrían ir mucho más allá, un ciberataque sería capaz de poner en jaque el suministro de electricidad y de agua de una ciudad inteligente si no se asume ese peligro y se toman las medidas adecuadas.

Como hemos apuntado, la concienciación es cada vez mayor. De hecho, la decimocuarta edición del The Global Risks Report 2019 que realiza el World Economic Forum vuelve a poner de manifiesto que el robo y el fraude masivo de datos, así como los ciberataques suponen una gran amenaza a nivel global, situándolos en la cuarta y quinta posición.