En la actualidad, más de la mitad de la población mundial vive en ciudades y esta tendencia a que las grandes urbes concentren cada vez a más personas aumentará, ya que según la Organización de Naciones Unidas, en 2030 dos terceras partes de los seres humanos que poblamos el planeta habitaremos en ellas.
Ante esta situación no es descabellado señalar que la gestión de las ciudades resultará esencial para poner freno al cambio climático. No en vano, la propia ONU también señala que el 70% de las emisiones mundiales de CO2 se genera en sus calles.
Un campo de batalla clave
Por lo tanto, la guerra contra el cambio climático recaerá en los gobiernos y ayuntamientos -así como en los ciudadanos- de estas urbes, ya que solo con políticas efectivas y comprometidas con una adecuada transición energética se podrán cumplir los objetivos marcados.
António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, ha insistido en esta realidad recordando que “las ciudades son el lugar donde en gran parte se ganará o se perderá la batalla climática” debido a la “enorme huella climática” que emiten.
El papel de los ayuntamientos
La creciente importancia de las grandes ciudades en el panorama socio-político y ahora también en el ecológico sitúa a los ayuntamientos en el foco de la acción. De hecho, son los actores claves para frenar las emisiones de gases. Para ello deben promover políticas que hagan posible la transición energética necesaria que frene un aumento de las temperaturas que podría ser devastador para el planeta.
En tal escenario, la mayoría de los expertos coinciden en que solo se alcanzarán los objetivos si se involucra a los ciudadanos, aportándoles eso sí las herramientas necesarias para que participen en cada uno de los procesos que se lleven a cabo. Además, será importante una labor de concienciación que fortalezca el mensaje de que solo con una ciudad sostenible se evitarán problemas como el aumento de las enfermedades provocadas por una mayor contaminación.
Así, entre las medidas que los ayuntamientos deben promocionar, hay que señalar la renovación de la flota de vehículos hacia opciones alejadas de los combustibles fósiles, la sustitución de calefacciones y el fomento de los edificios energéticamente eficientes.
De hecho, más allá de apostar por un transporte público eléctrico movido por energías renovables -evitaría la emisión de 250 millones de toneladas de dióxido de carbono en 2030-, la construcción y transformación de edificios sin emisiones de carbono será la piedra angular sobre la que se edifique un futuro adecuado para las grandes urbes.+