El 60% de la materia existente en el Universo está constituida por hidrógeno. Es decir, estamos hablando del elemento más abundante. De ahí que se lleve tiempo investigando en su utilización como fuente de energía. Todos sabemos que el modelo energético basado en los combustibles fósiles –petróleo y gas natural principalmente– deberá desaparecer en las próximas décadas debido esencialmente a las grandes cantidades de dióxido de carbono que liberan a la atmósfera. Y uno de los caminos para su sustitución es precisamente el hidrógeno, pero, ¿es una alternativa real?

 

Un gran potencial

Evaluemos en primer lugar su potencial. El hidrógeno es un combustible sobresaliente porque ofrece una densidad energética muy alta (hasta tres veces más que la gasolina) sin que se emitan gases de efecto invernadero (solo se produce agua).

Ante tal evidencia, ¿por qué no se apuesta sin reservas por ello? La respuesta se encuentra en su producción. Y es que el hidrógeno no se halla en la corteza terrestre de modo natural, sino que hay que producirlo. Es en este punto donde encontramos el freno a su utilización.

La manera más competitiva –económicamente hablando– pasa por utilizar hidrocarburos o carbón, lo que conlleva generar dióxido de carbono.

Y obviamente no tiene sentido generar una fuente de energía limpia contaminando en el proceso. Así que el modo más adecuado para su producción es el empleo de otras energías limpias (hidráulica, eólica, fotovoltaica…). El problema en este caso radica en que el modelo es tan costoso que no parece rentable.

 

El hidrógeno como alternativa

A pesar de este hándicap, los investigadores no han dejado de trabajar en su desarrollo dado el enorme potencial que ofrece como fuente de energía. En este sentido, donde mejor podemos ver reflejados los avances es en el sector automovilístico.

Algunas de las principales compañías fabricantes ya cuentan con modelos que funcionan con hidrógeno. Estos resultan muy similares a los coches eléctricos –tienen la misma estructura– con la salvedad de que sus baterías no son de litio, sino de hidrógeno. Dichas baterías (o pilas, como quieran denominarse) funcionan mediante electrólisis y son más rápidas de cargar que las de los automóviles eléctricos convencionales.

El problema para su popularización vuelve a ser el precio, ya que en la actualidad un automóvil eléctrico “normal” –que ya de por sí es más caro que uno de gasolina o diésel– cuesta la mitad que uno eléctrico con pila de hidrógeno. A esto se une la escasísima infraestructura existente para la carga de la batería (repostaje).

La investigación en este elemento es constante y no sería de extrañar que se diera la vuelta a la tortilla. A fin de cuentas, el hidrógeno está en todas partes.