IMÁGENES: © DUANE MICHALS

Hasta el día 10 de septiembre visita en la sala de exposiciones de Barcelona (Casa Garriga i Nogués) una exposición retrospectiva de Duane Michals.

Artista en equilibrio entre la fotografía, la pintura, el teatro y la poesía, Michals es uno de los nombres más prestigiosos de la vanguardia norteamericana. En los años sesenta plantea una nueva aproximación a la fotografía que no pretende tanto documentar la realidad tangible, el «momento decisivo» que tanto preocupaba a sus contemporáneos, como ocuparse de los aspectos metafísicos de la vida. De esta manera, Michals se aleja de la fotografía como instrumento de la memoria visual: lo que no se puede ver, lo que permanece oculto, se convierte en el objetivo de su búsqueda.

Nacido en McKeesport, a las afueras de Pittsburgh, en 1932, Michals estudió arte en la Universidad de Denver y diseño en la en la Parsons School of Design de Nueva York. Descubrió la fotografía en 1958 casi de casualidad, durante unas vacaciones en la Unión Soviética a las que llevó consigo la cámara de un amigo. Aprendió a decir en ruso «¿Puedo hacerle una foto?» y comenzó a realizar retratos sencillos y directos que obtuvieron un gran éxito cuando se decidió a exponerlos a su vuelta a Nueva York, animándole a dedicarse a lo que sería la gran pasión que se convertiría en el eje de su vida: la fotografía.

El propio artista afirma que tuvo la suerte de no haber estudiado nunca fotografía, lo que le permitió alejarse de las prácticas habituales sin preocuparse en absoluto por los límites autoimpuestos por la fotografía tradicional. De la misma manera, sus referentes estéticos más relevantes no son fotógrafos sino tres pintores: René Magritte, Balthus y Giorgio de Chirico, a los que conoció y retrató y que determinaron su libertad, su carácter lúdico y su visión escenográfica. El único fotógrafo que verdaderamente le sirvió de inspiración fue Eugène Atget, cuyas vistas de París cercanas al surrealismo dieron lugar a la primera serie de importancia que Michals realizó, Nueva York vacío.

Las series tienen un gran protagonismo en la obra de Duane Michals. En los años sesenta comenzó a trabajar con secuencias, formadas por varias fotografías cuidadosamente construidas con las que compone relatos. Con estas secuencias logra superar los límites de la imagen individual, que él juzga insuficientes para expresar su mundo interior, y crear narraciones en las que lo inesperado suele tener el protagonismo. Estas historias le permiten reflexionar sobre los grandes temas que le preocupan, como la muerte, el amor, la sexualidad o la percepción, muy a menudo a través del humor, la sorpresa y del juego. Otra de las grandes renovaciones del lenguaje fotográfico que Duane Michals propuso fue la de incluir textos escritos a mano sobre sus copias positivadas, rompiendo así con el tópico de que una imagen vale más que mil palabras.

Estos textos, que en ocasiones son verdaderas obras poéticas, constituyen un complemento de lo que no se ve en la imagen pero que debe ser contado y compartido, elemento fundamental para la comprensión total de la obra. A través de ellos expresa su ideología política en fotografías como Lo negro es feo o El hombre desdichado, pero también desvela sus sentimientos más íntimos, como en Una carta de mi padre, y sus pensamientos filosóficos más profundos, como en la serie Preguntas sin respuesta.

Duane Michals reutiliza y combina en numerosas ocasiones diferentes recursos con la intención de traducir de la manera más precisa sus sentimientos. Así, por ejemplo, utiliza la inclusión de textos junto a la superposición de imágenes, otra de sus técnicas recurrentes, para reflexionar sobre la memoria, sus orígenes y la familia en una de sus series más personales, La casa que una vez llamé hogar. En estas fotografías, resultado de una visita en 2002 a la casa ya arruinada de su infancia, el artista evoca la historia de su familia con imágenes antiguas que se superponen a las contemporáneas, acompañando con versos el relato de los personajes y los lugares. Frente a esta vertiente más profunda y severa de su obra, muchas de sus fotografías están caracterizadas por el humor y la ironía.

Michals afirma que tuvo la suerte de no haber estudiado nunca fotografía, lo que le permitió alejarse de las prácticas habituales sin preocuparse en absoluto por los límites autoimpuestos por la fotografía tradicional alcanza niveles verdaderamente hilarantes en la serie dedicada al arte contemporáneo. A través de diversas fotografías en las que imita a varios de los artistas actuales más conocidos y mejor valorados, Duane Michals hace una divertida pero afilada crítica sobre la deriva del mercado del arte contemporáneo, donde la palabra del crítico dispara la cotización de obras poco significativas por sí mismas y donde los formatos de gran tamaño intentan camuflar la falta de contenido. Precisamente con el fin de no depender del mercado del arte, Michals ha desarrollado a lo largo de toda su carrera, en paralelo a su obra más personal, una intensa actividad como fotógrafo profesional. En estos trabajos más comerciales, ligados al mundo de la publicidad, y en los retratos de un gran número de personalidades del mundo de la cultura y el arte, realizados por encargo de prestigiosas revistas, Michals imprime su carácter y su estilo, convirtiéndolas en auténticas obras de arte. Este tipo de trabajos le han permitido desarrollar su trabajo más personal con la máxima libertad, sin necesidad de someterse a la presión de que su obra obtuviese un éxito comercial.

Con 84 años Duane Michals sigue creando, inventando formas y nuevos recursos con los que poder expresarse. Así, en los últimos años, ha comenzado a producir una serie de obras en color positivadas en forma de abanico, inspirándose para ello en la tradición popular japonesa del Ukiyo-e, con la intención de explorar la enigmática naturaleza fluctuante de la vida contemporánea. A este proyecto sigue la reinterpretación de viejos ferrotipos, en los que Michals superpone signos y palabras trazados al óleo. En los últimos dos años se ha dedicado a la dirección de cortometrajes de siete minutos de duración que suponen una deriva natural de sus secuencias y donde plasma muchas de sus invenciones formales y de los grandes temas que recorren toda su obra.