Los seres humanos tenemos grandes dificultades a la hora de calcular probabilidades. Esto no guarda relación con que uno se despiste durante algunas clases de estadística en el colegio o en la universidad. Se trata, simplemente, de una de las múltiples trampas que nos pone nuestro cerebro y que se potencian cuando tomamos decisiones con una carga emocional elevada, como son las que tienen que ver con nuestro dinero.

 

Luis Gar´cia Extel

 

Luis García Álvarez, CFA
Gestor en MAPFRE AM

¿Cuánto estaría usted dispuesto a pagar por evitar una pequeña descarga eléctrica, desagradable pero inofensiva? ¿Cuánto pagaría por librarse de una multa de veinte dólares? Estas son las dos preguntas que los profesores Yuval Rottenstreich y Christopher Hsee, expertos en Economía del Comportamiento, les plantearon a sus estudiantes. Cuando la probabilidad de que el suceso finalmente tuviera lugar era muy alta (99 por ciento), los estudiantes eran casi indiferentes entre una cosa y otra, ya que estaban dispuestos a pagar 19,86 dólares por evitar la descarga.

Sin embargo, cuando la probabilidad de que la descarga o la multa llegaran a ser aplicadas era muy baja o casi nula (del 1 por ciento), los estudiantes estaban dispuestos a desembolsar 7 dólares por evitar la descarga, pero sólo 1 dólar por librarse de la multa. Es decir, cuando evaluaban un suceso incierto y que les provocaba miedo, como un posible calambrazo, los estudiantes olvidaban por completo que la probabilidad de que finalmente sucediera era excepcionalmente baja. Sucesos inciertos, como esta pandemia, que tienen una gran carga emotiva hacen que los seres humanos nos olvidemos del cálculo de probabilidades y nos dejemos llevar solamente por el miedo al potencial resultado.

Con esta calculadora rota que en ocasiones es nuestro cerebro es con la que los inversores tenemos que enfrentarnos a los mercados financieros. Los miedos y las emociones que nos alejan de la racionalidad son aún mayores cuando aparecen “cisnes negros” (término utilizado para describir eventos con muy baja probabilidad de ocurrir, completamente imposibles de predecir y, a la vez, con un impacto tremendamente significativo sobre nuestras vidas). La crisis provocada por el COVID-19, en la que estamos inmersos, es uno de estos momentos.

Ni mucho menos se trata de rebajar el gran daño sobre la salud pública que se está produciendo, de efectos desoladores y que está provocando un enorme sufrimiento, ni tampoco rebajar el efecto económico de esta situación, ni su impacto en las empresas. Muchas de ellas, de hecho, han recibido o recibirán un duro golpe del que quizás no puedan recuperarse y que acabe obligándolas a cerrar.

Pero lo cierto en situaciones como las actuales surgen oportunidades en el mercado porque, en momento de tensión desenfrenada se deja de hacer distinciones racionales. El miedo nos impide ser capaces de calcular correctamente las probabilidades. Incluso en estos tiempos, lo razonable es pensar que muchas empresas podrán seguir adelante y que, en algún momento, más lejano o más cercano, volverán a su normalidad. Como inversores, es importante siempre elegir entre aquellas compañías con más posibilidades de superar una crisis, aunque sea tan dura e injusta como ésta.

Precisamente para intentar que las probabilidades jueguen de nuestro lado, una de las condiciones que pedimos a las empresas que pasan a formar parte de nuestra cartera es que tengan una posición financiera desahogada. Si tienen caja neta (es decir, más dinero en el banco que las deudas que deben pagar), mejor que mejor. Aunque esto no es suficiente. Hemos visto ya varios ejemplos de compañías que aparentemente contaban con elevadas cantidades de efectivo disponible pero en las que, cuando llegaba la hora de la verdad, esa caja realmente no existía o había sido destruida por malas decisiones.

Por este motivo, otra de las características que debe de tener una empresa para que nos fijemos en ella es que cuente con un equipo gestor en el que confiemos. Buscamos directivos brillantes con un historial de haber hecho las cosas bien. La experiencia nos ha enseñado la importancia del factor humano. Los negocios van de personas. Los buenos gestores generan caja, no la destruyen. En los momentos más difíciles es cuando más tranquilidad nos aporta el que nuestro dinero y el de nuestros co-inversores esté a disposición de grandes profesionales.

Quizás veamos más caídas bruscas en los mercados, incluso en aquellas empresas que, en nuestra opinión, no merecen tal castigo. Es difícil saber hasta dónde nos puede llevar esto y cuándo se recuperarán las valoraciones de ciertas compañías. Pero, en mi opinión, los precios de mercado actuales de algunas empresas representan buenas oportunidades si somos capaces de distinguirlas de otras que, por desgracia, correrán peor suerte.

Para lograr este objetivo necesitaremos, sin embargo, dos cualidades para las que el cerebro humano no está bien preparado: poder calcular fríamente las probabilidades reales y aguantar las turbulencias que seguramente vendrán. Porque, como contaba la fábula, estoy convencido de que “Esto también pasará”.