Los últimos avances tecnológicos están multiplicando la necesidad de almacenar datos a todos los niveles, desde el usuario que sufre esta carencia cuando su teléfono móvil es incapaz de guardar más información, hasta empresas que se encuentran en la constante tesitura de optimizar y evolucionar sus sistemas de almacenamiento con mayor asiduidad que en el pasado.

Las “culpables” de todo ello son tecnologías como Big Data o Internet of Things. Si la primera aprovecha todos los datos almacenados que se han generado (de ahí que se guarden para que sean analizados), IoT multiplica la generación de información, al proliferar los dispositivos que tienen acceso a la red para intercambiar datos.

No obstante, el problema no se remite solo al entorno personal y al empresarial, sino que asciende hasta los proveedores de servicios e incluso a los gigantes de las TI, que se ven obligados a abrir nuevos centros de datos.

No en vano, se estima que entre el año 2016 y 2018, el volumen de datos se incrementó en todo el mundo hasta un 569%, lo que da una buena muestra de la tendencia que estamos viviendo y que se mantendrá incluso de un modo más acusado en años venideros.

De hecho, la llegada de la realidad virtual, de la realidad aumentada y de los vídeos 360º aumentará aún más la necesidad de mayor capacidad de almacenamiento –hasta 10 o 20 veces más que en la actualidad–.

Crecimiento del negocio en la empresa

Como hemos apuntado, las empresas se enfrentan, por lo tanto, al problema del almacenamiento. Y no podrán mirar hacia otro lado ni posponer decisiones, pues el funcionamiento de una organización (y su evolución) podría verse afectado.

Esto está provocando que se apunten previsiones de crecimiento en el mercado del almacenamiento empresarial en torno al 23% hasta el año 2025.

En este escenario, las empresas cuentan con diversas opciones tecnológicas para almacenar la información que generan de cara a no perderla (por motivos legales) y, por qué no, para sacarle el máximo provecho de cara a que el negocio mejore.

  • La Nube. La posibilidad de utilizar las infraestructuras de los proveedores y tener los datos en modo cloud es beneficiosa por el ahorro de costes que supone (sobre todo si se generan ingentes cantidades de información), por la capacidad de acceder a ella desde cualquier ubicación y por la seguridad con la que cuentan este tipo de soluciones, generalmente superiores a lo que una empresa pueda tener en sus instalaciones.
  • DAS (Direct Attached Storage). Como su propio nombre indica, se trata de sistemas de almacenamiento simples que se conectan a los ordenadores. Hablamos de soportes como discos duros que tienen el hándicap de la escalabilidad y la seguridad.
  • SAN (Storage Area Network). Estas redes de almacenamiento son las que se emplean en centros de datos y en empresas de gran tamaño que tienen diversas sucursales. Al contrario que el método anterior, lo mejor de las SAN es que la escalabilidad frente a las crecientes necesidades empresariales es muy grande, aunque esto va ligado a unos costes mayores.
  • NAS (Network Attached Storage). Consiste en dispositivos de almacenamiento conectados a la red de la empresa, algo así como un cloud privado que también destaca por ser muy escalable.

Un futuro en el ADN

Más allá de estas opciones de almacenamiento empresariales en las que las compañías trabajan para mejorar y ser capaces de atender la demanda, científicos de todo el mundo están investigando en nuevos modelos, entre los que destaca el uso del ADN como sistema de almacenamiento masivo.

Las perspectivas de esta alternativa lucen muy halagüeñas, puesto que cuando se haya desarrollado por completo no solo supondrá un importante ahorro de costes sino que su capacidad será mucho mayor. Y es que, si un metro cúbico de disco duro puede almacenar 30 millones de GB, uno de ADN llegaría 600.000 millones de GB.