Pocos años después del estallido de la crisis financiera de 2008, José Manuel García Margallo, en sus primeros días como ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación del recién entrado Gobierno de España del PP, mantuvo un encuentro con periodistas en el restaurante Pedro Larumbe de Madrid en el que se mostró fielmente partidario de los eurobonos como solución a la crisis de la deuda soberana. Más de ocho años después Luis Guindos, ex ministro de economía y actual vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE), y Pablo Hernández de Cos, gobernador del Banco de España, han sacado a relucir de nuevo este concepto como respuesta a la crisis actual provocada por el Coronavirus, ya sea con la nomenclatura de eurobono o de coronabono.
Pero, por ahora, desde el punto de vista fiscal, las medidas se limitan a la implementación de estímulos específicos para cada país, por importe mínimo del 1% del PIB, según anunció el Eurogrupo y, además, la Comisión Europea indicó que liberaría fondos no utilizados de su último presupuesto plurianual, por importe del 0,6% del PIB. De nuevo, se muestran las debilidades de la eurozona, que carece de una unión fiscal y de gasto. Y, de nuevo, la presión de los mercados financieros ha provocado que sea el BCE el que tenga que sacar la artillería (programa de compra de activos de 750.000 millones) para contener las primas de riesgo y facilitar que los países más débiles, como Italia y España, puedan financiar sus planes de choque para aliviar el brutal impacto económico que se espera del virus.
Dada la gravedad de la crisis, no basta con suspender la aplicación del pacto de Estabilidad y Crecimiento, se trata de ir más allá y aprovechar la coyuntura actual para llevar a cabo reformas estructurales e institucionales con la renovada reivindicación de dar mayor protagonismo a la política fiscal. Se podría instrumentalizar un seguro de desempleo común y un fondo de reserva que actuara como mecanismo estabilizador al principio (tipo ESM), como reconoce el Servicio de Estudios de MAPFRE en su último Panorama 2020. Pero parece que la medida más inmediata y más urgente pasa por la creación de un activo europeo libre de riesgo, único para el conjunto de la Eurozona, enfocado, dado el problema actual, a financiar inversiones y gasto social para combatir el virus. Se trata de un bono que emitiría previsiblemente el Mecanismo de Estabilidad y que serviría para mutualizar la deuda a nivel europeo.
El gobierno de Ángela Mekel ha sido el detractor principal de esta herramienta, porque ve en la idea una pérdida de la soberanía fiscal nacional y un potencial problema de free riding o posibilidad de aprovechamiento de las economías menos disciplinadas, como apuntan en el Servicio de Estudios. Pero la excepcionalidad de una crisis sanitaria sin precedentes hace que deba ponerse en valor, como dijo Hernández de Cos la semana pasada, el principio de solidaridad sobre el que se fundó el proyecto europeo. De hecho, la canciller alemana, que hace años dijo que no vería los eurobonos mientras viviera, ya ha relajado su posición.
Además, este instrumento, según indican los expertos del Servicio de Estudios, funcionaría como benchmark único, desvinculando el riesgo financiero del soberano (como pasa en Italia) y siendo elegible como colateral para las operaciones transfronterizas (a menor coste); (ii) reduciría la presión que existe ahora sobre los activos líquidos de alta calidad (los AAA soberanos que hacen de activo refugio y de colateral en el BCE), aliviando la presión que existe sobre los tipos de interés y reduciendo problemas del sistema financiero, además de que apoyaría a los balances de las instituciones financieras que necesitan activos de larga duración para honrar sus pasivos; (iii) sería un buen instrumento para financiar la inversión pública a largo plazo (sea en sostenibilidad o en infraestructuras o tecnología) y (iv) servirá para dar al Euro mayor papel internacional y, por lo tanto, para diversificar las fuentes de condicionalidad de la política monetaria de los mercados emergentes.
Y ya que estamos, por qué no, este ejercicio supondría la antesala de los pasos necesarios para apostar por la centralización de una autoridad fiscal comunitaria con ministerio único y política fiscal común, precisamente porque su implementación requería, además, abordar la cuestión de la unión de mercados de capital y la unión bancaria. “El renovado impulso fiscal no solamente parece necesario sino oportuno para consolidar la unión institucional de la Zona Euro”, concluyen en el Servicio de Estudios.
En definitiva, no se trata de una crisis financiera que evidencia una Europa a dos velocidades, o de que los países core paguen la fiesta del vecino, sino de una crisis sanitaria que afecta a nivel global. Si Europa, y en particular la eurozona, no se muestran unidas y solidarias en un momento como el actual, las consecuencias políticas podrían ser de calado.
El BCE no es omnipotente, llegó la hora de la política fiscal